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Héctor Fabio Zamora  

 

Héctor Fabio Zamora comenzó trabajando en el periódico Diario de Colombia en la ciudad de  armenia, su ciudad natal. Luego se desplazó a trabajar en el Diario La Tarde en Pereira y en el año 1998 empieza su camino en la casa editorial El Tiempo. Allí cubrió el eje cafetero, y después de cuatro años lo trasladan a Cali donde cubría Valle del Cauca, Nariño y Putumayo.

 

Ha sido reconocido internacionalmente por sus fotografías del cubrimiento del terremoto en el Eje cafetero. Ha ganado premios como  II Concurso de Fotografía ‘Por ser niña’,  Premio Nacional Simón Bolívar por las imágenes de la masacre de Jamundí (Valle del Cauca), y Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. 

 

Actualmente además de trabajar en la Casa Editorial El Tiempo, es docente de la Universidad del Rosario y la Universidad Sergio Arboleda.

Cuando todo pasa, la memoria queda

 

Un hombre de contextura gruesa, de voz aguda y acento paisa, de humor contagioso, de sonrisas espontáneas y sobre todo un ser humano, un ser humano antes que un reportero gráfico. La fotografía para él en un principio fue el negocio de vender fotos, pero hoy por hoy, eso pasó a un  segundo plano y la pasión por el oficio se le nota en su manera de expresarse y de narrar los años que lleva caminando para fotografiar.

 

Ha visto cosas que no debería  haber visto ningún ser humano. Niños y niñas armando tatucos -artefacto concebido para  explosivos de cantidades considerables-, soldado muerto por un francotirador, niños desplazados por la guerra o el combate. "Son cosas que no se olvidan", expresa con la voz temblorosa y estremecida Héctor Fabio.

 

Ser reportero gráfico es avanzar, es ser responsable, es tomar riesgos, es equilibrar la crudeza al momento de mostrar las fotos con la realidad que así la imprime, y no caer en amarillismo. Es llevar la pasión en el cuerpo y en la vida.

 

Héctor Fabio afirma que no haber elegido la profesión y estar en ella es un regalo de Dios, está convencido que tiene el mejor oficio del mundo que es contar historias a través de fotografías, y sobre todo, poder transmitir las emociones de la gente.

 

Entre sollozo y mirada da a conocer que no tiene ninguna preparación previa, más que pedir a Dios por su seguridad, para desplazarse a una zona de conflicto, la espiritualidad se vuelve de suma importancia en esos momentos. Cuenta que cuando está allí, lo primero que  hacer es ver y esquivar de donde vienen las balas, y así  poder empezar a hacer su trabajo.  

 

Él no tiene problema con cubrir lo que sea. Se goza todo, desde un evento social hasta un evento político, judicial, deportes, cultura, y fotografía urbana, dice con orgullo "sacarle el jugo a todo".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La historia que más le ha marcado en su vida profesional y personal cubriendo conflicto armado fue: “Ver a unos niños en Policarpa - municipio del departamento de Nariño- que estaban desplazados, que no sabían quién se los había llevado, si era la guerrilla, el ELN, el ejército, o los paras, porque en ese lugar había de los tres. Simplemente los niños estaban destrozados, llorando, porque no sabían quién tenía a los papás y eran niños de seís y siete años, entonces pregunté si tenían que salir del lugar, y me responde una señora "no, tranquilo. Los niños van a estar en bienestar familiar". Pero… ¿Y ahí qué?".

 

Narra cómo la situación de los niños en el conflicto, desde su perspectiva, es la más díficil de reconocer "Yo creo que ese tema de infancia, sobre todo yo que soy padre es lo que más me duele. La historia de un niño que los soldados lo bautizaron Adán en el Chocó en un enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares, y después de tres días la fuerza pública logró entrar, llegaron a un caserío indígena y encontraron como seis cuerpos; tres dentro de la casa y tres fuera, escucharon un llanto, era un niño desnudo, llorando, además, porque los moscos se lo estaban comiendo, los moscos estaban al lado de personas que ya habían muerto hace dos días. Los soldados pensaron que él se iba a morir, estaba lleno de picaduras por todo el cuerpo, ellos cogieron al niño y se lo llevaron en helicóptero para Quibdó. Cuando yo llegué al lugar a hacer el trabajo quedé impresionado porque allí hay niños que mueren de hambre, a veces llegan tan mal que no pueden darles mucha comida sino de a poquitos porque el estómago está llevado. Yo estaba buscando al niño – el niño de la selva- entonces me dijo la enferma "¿Buscas a Adán?", y yo "¿Se llama Adán y cómo sabe que se llama Adán?" –así le pusieron los soldados- y cuando lo veo él se queda mirándome y se ríe, ¡Ay Adán se está riendo! – es un lugar donde normalmente los niños no se ríen, son niños muy tristes, han sido abandonados por sus padres-, entonces con él hubo una química increíble cuando nos vimos. Era un niño como de ocho - nueve meses, yo comencé a darle la comida, empecé a tomar unas fotos y contamos la historia".

 

"Pero yo regrese a Bogotá y hable con mi esposa y le dije "quiero que adoptemos un niño", entonces me dijo "Listo". Cuando volví al mes a Quibdó ya Adán no existía, no sabemos si lo adoptaron. Estaba vivo, pero nunca supe más de él. Esa es una historia que me parte el alma, porque yo quería que Adán creciera al lado mío, ¡sí! que yo pudiera estar pendiente del crecimiento de él, poder brindarle muchas cosas y también cambiarle un poco la mentalidad de lo que él había sentido y no, no pude". Héctor, respira y suspira y suspira…

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